Por mucho tiempo creí que los lazos no se rompían, que los nudos no se desataban, que no podías dejar de sentir. Al hablar de lazos no me refiero a cordones de zapatos, a la cinta de Matilda o al ajuste de una prenda cualquiera. Me refiero a lazos sentimentales.
A medida que vas avanzando a través de los años, visitas etapas de la vida y en ellas conoces distintas almas, algunas dejan huellas, otras simplemente son efímeras, otras sólo pasan sin consecuencias.
Aquellas almas que marcan originan lazos y los sientes tan fuertes que se te hace impensable el hecho de que puedan partir, crees tenerlos tan atados a ti que se te viene la idea de que se pertenecen en esta y en todas las vidas. O así me ocurrió a mí, en una historia.
A medida que vas avanzando a través de los años, visitas etapas de la vida y en ellas conoces distintas almas, algunas dejan huellas, otras simplemente son efímeras, otras sólo pasan sin consecuencias.
Aquellas almas que marcan originan lazos y los sientes tan fuertes que se te hace impensable el hecho de que puedan partir, crees tenerlos tan atados a ti que se te viene la idea de que se pertenecen en esta y en todas las vidas. O así me ocurrió a mí, en una historia.
Él encontró la manera y llegó a mi mundo, jamás pensé que sucedería, fue repentino. Sin embargo, en ocasiones tengo corazonadas con los momentos y las personas, a lo lejos una voz me dice que debería estar atenta, «algo va a suceder, viene un lazo y de los fuertes» casi siempre la ignoro, inconsciente. Cuando él llegó, la voz habló, mucho tiempo después me percaté.
Entre él y yo surgió algo inesperado, no planeado, al menos por mí. Un lazo, uno de los vínculos más vigorosos que había tenido en mis 20 años. Él me hacía sentir de todo, era débil ante su presencia. Cada una de sus miradas, de sus roces, de sus palabras, de sus besos provocaban torbellinos en todo mi ser.
Me dejaba caer en sus brazos, me envolví en él y en el lazo que habíamos construido. Sin ganas de salir de allí como quien se levanta un domingo a las 11 am con ansias de permanecer en cama.
Por tres años pensé que era para mí, y me equivoqué. Al principio consideré el vago pensamiento de que nuestro lazo se había enfrentado a una bifurcación, asumí que seguía allí, sólido pero divido. Me hizo daño y fue cuando luego aprendí que los lazos sí se desprenden, hasta los más fuertes. Y sólo lo entendí cuando tiempo después volvió a rozarme, me permití caer en sus brazos y para mi sorpresa, todo lo que causaba en mí ya no existía.
Un vínculo que parecía inquebrantable había desaparecido.
No quise, no adoré, no amé, no extrañé, no odié, no sentí.
De su abrazo sólo me quedó una cosa:
Todo lo que se traducía en torbellinos, ahora, sólo es calma.