martes, 28 de julio de 2020

Relato de una adicta




Después de días riendo con amigos y de distraerme por completo vuelvo al hueco, un lugar oscuro y vacío. Lloro sin llorar, siento sin sentir y no puedo levantarme de la cama. Quizás me volví adicta, no a la compañía ni a mi cabeza distraída. Al contrario, la detesto por marcar un límite entre el no estar bien y el aparentar estarlo. Todo se basa en pastillas, siempre lo critiqué y aquí estoy, deseándolas. Al menos cuando las tomaba tenía excusa para cubrir el hecho de estar sin estar. Terminé siendo una más, anhelando sentir lo que una pastilla provoca en mi cuerpo, aunque sea malo y lo repudie. Al menos de esa manera me sentía viva, porque cada día que contaba estaba muriendo un poquito más. 

Ahora mis lágrimas no tienen razón de ser. No les encuentro ni principio ni final. Vacía, con toda la expresión de la palabra. 

A veces, el único sentimiento que presento es miedo porque no sé qué viene después. No sé qué haré después. Mi mente maquina y no puedo detenerla. Todo lo que hago es para alimentarla y nada es suficiente, vuelvo al hueco y necesito respirar. 

Me esfuerzo y otros sin saberlo me asfixian. El oxigeno se agota y me canso, pero al final no siento nada. Las pastillas lo triplicaban todo y me quejaba, qué idiota. Soy de las que necesitan intensidad. Y parece que sólo unas pastillas contraindicadas pueden darme lo que me hace falta. No debí dejarlas.

Por supuesto que lo sé, es difícil salir cuando caes en el espiral de lo que necesitas y lo que te hace daño. Y aún más complicado es desprenderse del efecto que causa en ti y en cada una de tus fibras. 

Pero no importa, pocas cosas me importan. 

Mi mente no define, puedo pasar de alegre a neutra y permanecer en fase deprimida.

Mi organismo se altera, no percibo nada y cuando menos lo espero mi presión arterial decae.

Mi vista falla y los dolores aumentan.

Mi cuerpo y mi psiquis se degradan.

Quién lo diría, al final terminamos como aquellos que alguna vez juzgamos, sean en las circunstancias que sean. 



lunes, 6 de julio de 2020

Equivocados



Ella y tú.

Los años pasan y la vida da muchas vueltas, todo vuelve al sitio donde una vez estuvo. Donde todo comenzó, como un déja vu. 
Los corazones que alguna vez se toparon y sufrieron una bifurcación con el tiempo se tropiezan en un distorsionado punto, en el cual nada es viable pero todo se torna excitante y tentador.

Débil, esa es la definición. 

Ella inconscientemente guarda su corazón con la esperanza de que vuelva a encontrarse con el tuyo, mientras que tu corazón le pertenece a otra. Porque a eso se dedican, a guardar espacios para corazones equivocados. 

Y no, resultó que sí sabes amar, por un momento parecía que no tenías idea de tal sentimiento. Pero lo haces, sólo que no la amas a ella. Ella no es más que un relleno de un vacío que alguien más había dejado.

Y sin saberlo, sigue queriendo preservar su corazón para que lo cuides. Pero es imposible. La ecuación no calza, las flechas no van en la misma dirección. 

Ella siente que su corazón te pertenece pero tu corazón ya lo posee una mujer que te sedujo cuando apenas eras un niño. Y su nombre te remueve en tu interior. Algo que ella jamás te hará sentir porque no te marcó tan intensamente como ya lo habían hecho.

Y así va la cadena, en ti dejaron huellas y un par de iniciales. Luego tú te encargaste de escribir con tinta en su piel y de que no pudiera deshacerse de tu nombre con facilidad. Y así ella influyó en otro al intentar limpiar su cuerpo y esta otra persona ahora no puede sacársela de la cabeza... Podría seguir y seguir y jamás terminaría. Es esclavizante y sucesivo. 

Tanto ella como tú se están aferrando a corazones equivocados. 

Privándose de amar a quien sí les conviene. 

Ambos caminando en distinta dirección, desviándose del verídico destino.